
Hoy viernes, a la última hora del horario de secundaria, los chicos pedían a gritos no les diera clase, argumentando calor, cansancio, hambre, sueño...desánimo en fin.
Les pedí entonces, formáramos un circulo de conversación y sugerencias para el tema. De inmediato surgió el grito de un chiquillo de 14 años:
-¡de terror!- dijo -¡hablemos de terror!-
Con todos de acuerdo comenzaron los relatos: que si el muerto que se sube a uno por la noche, que si la tía a la que le quitaron la cobija, que si al vecino le seguía un perro negro que de pronto desapareció, que las leyendas de las calles del centro histórico, que si la película...
Era difícil mantener el orden, todos tenían historias que relatar. Me vi obligada a hacer de moderador constantemente para que cada uno tuviera la oportunidad de narrar su experiencia.
En eso estábamos cuando una quinceañera recién festejada me preguntó -¿y a usted Miss?, ¿nunca le han espantado?-
Como buena aguafiestas le contesté que no, les comenté que con frecuencia me quedo sola en casa y que nunca, ni de día ni de noche he visto, escuchado o sentido absolutamente nada fuera de lo normal.
Me miraron como quien mira a una aburrida escéptica y sin mas importancia continuaron las historias hasta que el timbre anunció la salida.
De regreso a casa, recordé que si, que he vivido historias de terror.
Historias de abuso, de mentira, de violencia, de maltrato, de abandono.
Historias mucho más tenebrosas y difíciles de olvidar que cualquiera de las que los chicos relataron.
Historias donde me ha tocado ser juez y parte.
Como toda persona a mi edad, podría contar mucho de ello.
La bendición de todo esto es que se ha quedado en el pasado, como se han quedado en el pasado también incontables momentos de felicidad, de alegría, de satisfacción, de plenitud.
Y es que la vida es eso, igual que la paleta de un pintor, tiene tintes multicolores.
Que maravillosa es esa edad donde las historias de terror solo están representadas por fantasmas y brujas.

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